La exposición Máquinas & Almas. Arte digital y nuevos medios explora la convergencia entre arte, ciencia y tecnología, profundizando en el hecho de que, a comienzos del siglo XXI, arte y ciencia discurren por caminos paralelos. Y lo hace a través del trabajo de un grupo de artistas escogidos por su capacidad de aunar arte, tecnología, misterio, emoción y belleza.
Aunque la exposición que acoge el Museo Reina Sofía no es histórica, lineal y totalizadora, sí refleja la historia de las transformaciones que subyacen bajo las prácticas de los artistas representados.
Los nombres presentes en la muestra se sitúan en una encrucijada muy determinada. “De alguna manera, explica José Luis de Vicente –uno de los comisarios de la exposición representan a la segunda generación que ha definido los límites del discurso del medio, los que lo han situado más allá de sus comienzos especulativos y han afianzado las bases de sus estrategias y lenguajes”.
Se incluye el trabajo de 20 artistas escogidos por su capacidad de aunar arte y ciencia, creatividad, sentimiento y misterio. Tienen múltiples características comunes y trayectorias muy distintas. En común, una larga carrera, el hecho de ser tremendamente respetados en sus campos y una madurez creativa propia de quien ha desarrollado su obra a lo largo del tiempo.
Les distingue la edad, su formación, los materiales que utilizan y los métodos de trabajo que emplea cada uno; pero todos utilizan la tecnología digital como herramienta. La utilizan de forma diversa, como soporte, como elemento desarrollador, como medio de investigación, como trampolín a sensibilidades nuevas. Aunque –como reflexiona Montxo Algora, el otro comisario de la muestra- “sus ordenadores por sí mismos no crean. Y sin el sentimiento y la creatividad de sus autores, el arte digital no es nada”.
El visitante podrá contemplar, desde los retratos interactivos de Rozin, a los robots antropomórficos de McMurtrie, la video-instalación de Farocki, las esculturas de luz de
Friedlander, la instalación/denuncia de Muntadas, los ferrofluidos de Sachiko Kodama, el proyecto de Abad que da presencia en Internet a colectivos marginados, el “software art” de
John Maeda, las instalaciones interactivas de Rafael Lozano-Hemmer y la de Daniel Canogar, las pinturas digitales de Evru, las “bestias de la playa” de Theo Jansen o el arte inclasificable de David Byrne, Ben Rubin y Mark Hansen, Vuk Ćosić, Pierre Huyghe y Natalie Jeremijenko.
La tremenda diversidad de sus obras es bien representativa del arte digital. Un arte aún en sus inicios y con todas las características de un recién nacido: dubitativo, expectante, compulsivo y con un enorme potencial.
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