24.1.09

DE LA POÉTICA DE JARDINES Y LABERINTOS



Imágenes del Jardín del Templo RYOAN- JI en Kyoto

Me sugiere el laberinto un símbolo de la construcción humana. Y dentro de ella, una representación de la pérdida de orientación y referencias. El laberinto, al ser construcción, ofrece formas en nuestra mente casi siempre asociadas a líneas rectas, ángulos cerrados, cuadrados, paredes que se levantan ante nosotros cerrándonos el paso, dándonos la sensación de estar perdidos. Y sentirse perdido es algo que el humano no tolera, pues partimos de la creencia de que perderse es algo a evitar, una experiencia terrible, un castigo. Viene a mi mente una vivencia laberíntica extrema, llevada a la pantalla en la película “The Cube”, de Vicenzo Natali, film donde el laberinto es algo vivo que atrapa, engaña, y finalmente devora al que no es astuto y está despierto para entender sus leyes y caprichos, y especialmente, al que se resiste a él.

Pero el laberinto nos lleva más allá, nos introduce en los vericuetos y territorios caóticos de nuestra mente, y no puedo dejar de establecer correspondencias entre los caminos rectos, geométricos y limitados del trazado de un laberinto con aquellos otros que nos imponen las creencias y sus encerronas, aquellas que nos hacen perdernos a veces sin hallar pistas. Se parece demasiado el laberinto a nuestra mente, pues ¿no es acaso adentrarse en el laberinto una metáfora de perderse en uno mismo? y eso nos da miedo. Pero ¿por qué en lugar de buscar la salida no nos dejamos perder del todo?…seguramente al final, en esa especie de salida, nos encontremos de nuevo con nosotros, siendo el mismo y a la vez siendo otro.

Sin embargo, el jardín, como símbolo de la naturaleza (incluso de una naturaleza pasada por la mano del hombre), en contraposición al laberinto, posee un orden. Un orden no de apariencia, sino de profundidad. Las pautas y formas organísmicas de la naturaleza ofrecen un orden y sencillez en contraposición al exceso y caos de nuestra mente y sus producciones. El orden de la naturaleza tiene otras formas, es serpenteante, sinuoso.

Y llegando aún más allá, como extremo o concepto diferente de jardín, el efecto que produce un jardín japonés. Una rama torcida, un paisaje, una piedra no muy interesante por sí misma, pueden ser dueños de una belleza secreta. La simpleza, la irregularidad, tan lejos de la simetría del jardín occidental. Pero es ahí, en esa economía vital y psíquica donde vemos reflejadas actitudes que pueden ser extrañas para nosotros los occidentales, tan dados a adornos y accesorios superfluos.

Y al final todo se une y se aglomera. En nosotros está el caos, el laberinto. Pero también en nosotros está el jardín, esa parte de orden natural y sereno, profundo. No son contradictorios, aunque se opongan y como todas las fuerzas que nos conforman, al oponerse se van generando mutuamente, en una danza interminable.

Carmen Tellez

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