Miwa Yanagi fotografía escenografías surrealistas donde se yuxtaponen elementos tan diversos como los que aparecen en las ilustraciones de los cuentos de hadas y en el cine negro, con un estilo que se asocia comúnmente a los artilugios, el guardarropa, la componenda y la cosmética de raíz teatral.
Los trabajos de Yanagi – fotografías y vídeos- recrean un tiempo y un espacio exóticos, un mundo mágico de difícil traducción al mundo presente, un territorio ambiguo casi mítico, poblado de desdibujadas heroínas.
El cóctel al que nos somete Yanagi provoca por un lado, el extrañamiento que gozamos del imaginario nipón, de la singularidad de la tradiciones narrativas de misterio (Hirai Taro que se transfiguró en Edogawa Rampo –transposición fonética japonesa de Edgar Allan Poe y Lafcadio Hearn de padre angloirlandés y madre griega que tomó el nombre de Koizumi Yakumo) y de ciertas iconografías fantasmales japonesas, todo ello junto a una inquietante y novedosa sensación ante la exploración de los arquetipos que subyacen en el cuento occidental.
A diferencia de su anterior "Elevatorgirl", en donde sus cuadros escénicos están poblados de jovencitas replicantes uniformadas de azafatas, en "Fairytale" formula una serie de atmósferas más íntimas, con adolescentes cubiertas por máscaras y capas de resina para crear el efecto de edad avanzada, que protagonizan personajes de espeluznantes hechiceras o madrastras dotadas de desafiantes apéndices de cuero ajado y pelo casi fósil, al lado de cuerpos y extremidades lozanas de jovencísimos y vigorosos cuerpos.
El gran formato de las fotografías en blanco y negro de "Fairytale" provoca una atracción arquetípica, que se traduce en las imágenes mentales de ancestrales enfrentamientos entre jóvenes y viejos (los niños y las brujas de los hermanos Grimm) y que inducen asimismo, a una revisión de las enmarañadas narrativas que sobre el cuerpo, la edad y la mitología coexisten.
La aparente familiaridad de los cuadros es cercenada de manera casi inmediata y aparentemente tímida, para de nuevo ser reconfigurada. En “Snow White” (2005), por ejemplo, la reconstrucción se opera con una malvada madrastra ajada que enfrentada a sí misma, ofrece su propio cuerpo fresco de manzana, ante una imagen que se desdobla mediante un espejo y que recibe el veneno, las llamas del candelabro parecen ser absorbidas por las espectrales sombras, en “Gretel” (2005), una flamante joven extendida en el suelo parece morder el índice marchito de una mano momificada que aparece entre las sombras, dejándonos ante la sugestiva cuestión de quien es realmente el verdadero antagonista del relato.
Más allá del inmediato juego de la identidad convencional femenina en los relatos y fábulas occidentales, Yanagi nos ofrece a través de un sofisticado lenguaje un retablo visual de insinuaciones que transcriben nuestros temores hacia el envejecimiento y la caducidad, y al mismo tiempo nos invita a cuestionar el culto global a la idea de inocencia juvenil y a la sistemática Disney-zación de los parámetros de la belleza y del valor.
Luis María Iglesia
Miwa YANAGI
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